miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Quién tiene la culpa?

Es sábado por la noche, y hay invitados en casa. A nadie se le ocurre asaltar al dentista del grupo de amigos, en el breve espacio de tiempo que transcurre entre los postres y el café, y pedirle que le haga una limpieza de boca. ¿Se imagina?
- Oye Julián, amigo, haz el favor de hacerme una limpieza de boca y de paso me revisas el empaste del premolar, que me molesta un poco...
En cambio, el pobre César se arrepiente de haber asistido a la velada; porque César es ingeniero informático y por alguna razón desconocida, el trabajo de un informático es gratuito e inmediato. Además, un ingeniero informático puede limpiar de virus un ordenador, instalar todo tipo de software - por supuesto, sin licenciar - configurar la cuenta hotmail en un smartphone de cualquier modelo, sintonizar el TDT de Carrefour, y si es necesario arreglar el temporizador de un horno.
Imagino que hace 5.000 años en Egipto, un amigo caradura de Hessie-Ra, quien fuera - parece ser - el primer dentista de la historia, le preguntó mientras cenaban opíparamente a orillas del Nilo:
- Hessie anda, mírame esta muela que me duele un montón...
Y Hessie-Ra le debió responder muy serio, sin soltar su copa de vino:
- Te pasas por la consulta mañana chavalote, que ahora estoy cenando.
Pero algo falló en el mundo de la informática. Casi seguro que el día que John Presper Ecket y John William Mauchly encendieron el ENIAC en la Universidad de Pennsylvania, se acercó un colega aprovechado y les dijo:
- ¡Anda! ¡Qué buena pinta! ¿Por qué no me miráis la máquina de escribir de mi despacho, que no me escribe bien la "J"?...
Y los muy tontorrones, fueron y le arreglaron la "J", y así empezó a torcerse todo desde el principio.
De todos modos, la culpa la tiene el gremio entero, que sesenta y pico años más tarde, no hemos sido capaces de quitarnos el cartel de Mi tiempo no vale nada, haz uso de él a placer.
También es cierto que hay algunos individuos que es mejor que dediquen el tiempo a formatear el PC del vecino o arreglar el temporizador del dichoso horno, antes que quedarse solitos en casa.
Me viene a la mente el caso de Jonás, aquel compañero de universidad que dedicaba, infaliblemente, los viernes noche a ver la película porno del plus - codificada, claro está -, mientras escuchaba de fondo el sonido de un juego de Spectrum en cinta en su radiocasete de doble pletina.
Aunque bien pensado, seguro que de conocer la afición de Jonás, la gente se lo pensaría dos veces antes de dejarle poner las manos encima del flamante teclado inalámbrico de su nuevo ordenador...

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