viernes, 10 de febrero de 2012

El nuevo corolario de la Ley de Murphy

Todos sabemos que por norma general, los directivos de una gran empresa son gente tremendamente atareada, sobre todo cuando se trata de asistir a eventos que no les interesan para nada. Es por esto que cuando desde el departamento de TI se tiene que hacer alguna presentación, el ponente se suele encontrar al menos con dos o tres sillas desiertas.
Así, las brillantes cifras arrojadas por los nuevos sistemas pasan inadvertidas semestre tras semestre, porque el Director Financiero tenía una comida importante con nosequién, o porque el CEO estaba volando a Shanghai para nosecuántos.
El caso es que precisamente aquel viernes ni el financiero tenía comida, ni el CEO tenía vuelos; la sala estaba repleta de jefazos con la mirada clavada en el proyector, esperando el inicio de la presentación.
Apoyado con disimulo contra el marco de la puerta, observé a José María manipulando su ordenador portátil, con la idea de ver el principio de su exposición y luego escabullirme a mi sitio.
José María me había hablado mucho del flamante proyecto de copias de seguridad durante las últimas semanas, y de la ansiada demostración que supondría la puesta en producción oficial del sistema.
- ¡Es el sistema más robusto! - decía - ¡Se acabaron los fallos con los backups! Hemos invertido dos millones y medio de euros en la aplicación, no se han escatimado los gastos. ¡Es imposible que falle! ¡Imposible!
Yo solía limitarme a asentir entre sorbo y sorbo de café, mientras anotaba mentalmente que no me podía perder la dichosa presentación. Ya he oído demasiadas veces la frase "es imposible que falle" antes de un fallo catastrófico, y estoy desarrollando una teoría que más adelante expondré.
Me acuerdo cuando Alberto y Marcos repitieron hasta la saciedad La Frase el día de la lectura de su Proyecto Fin de Carrera, antes de enchufar el pequeño transformador de su plaquita a la corriente... quemaron la instalación eléctrica y dejaron sin luz la Escuela. O cuando la pronuncié yo mismo antes de lanzar aquel script que se cepilló una base de datos que prefiero no mentar.

Y por supuesto, no puedo olvidar al jefe de mi departamento, haciendo ostentación de su flamante Blackberry Full Power Extreme mientras pronunciaba las palabras mágicas del fracaso... De hecho, estoy seguro que el tío que hace un par de años tiró abajo toda la red GSM de unafamosatelcoespañola dijo muy seguro antes de empezar a actualizar el sistema de la primera antena: ES IMPOSIBLE QUE FALLE.

La presentación comenzó, y tras un par de diapositivas PPT en las que se exponían los grandes números del proyecto, José María comenzó la demostración: conectó por escritorio remoto a la consola de gestión y pulsó el botón de lanzamiento de las copias de seguridad. Tras un par de segundos de suspense, el sistema comenzó a mostrar información sobre el progreso de las copias.
- Como les iba diciendo: es totalmente imposible que el sistema falle - anunció José María a los miembros de la Junta, mientras a sus espaldas una enorme aspa teñía de rojo la pantalla.
Mientras mi incauto compañero aporreaba con manos temblorosas el teclado, yo salí de la sala y cerré la puerta justo cuando el Director empezaba a vociferar algo acerca de que "prefería aquella mierda de las cucutipas"...
De modo que queda confirmada mi teoría. A lo que decía la famosísima Ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal, añadiremos el Corolario de Serrano: las probabilidades de que algo salga mal, son directamente proporcionales al número de veces que se asegure que saldrá bien.

viernes, 20 de enero de 2012

Enemigos íntimos

Llevaba todo el mes con la duda dándome vueltas en la cabeza y al final no he podido más, así que ayer me acerqué a la mesa de Fernando y le pregunté sin rodeos:
- Fer, ¿qué te traes entre manos con Coloccini?
Porque algo raro tenía que haber en todo ese asunto. Coloccini llevaba ya casi un año a cargo del departamento de Gestión de Bases de Datos, y era una apuesta personal de la Dirección. Tenía un currículum estratosférico, plagado de titulaciones, cursos de especialización, certificaciones, dominio de varios idiomas e interesantísimas experiencias profesionales... un auténtico gurú de Oracle, un tío que podía soñar indistintamente en castellano, italiano, inglés o SQL. Por supuesto, su jugosa nómina bien valoraba todas sus fabulosas destrezas.
Por otro lado, Fernando llevaba más de un lustro en el departamento de Sistemas Wintel, recibiendo marrones sin parar y pidiendo un aumento de sueldo que nunca llegaba.
Pero además de la abultada diferencia salarial, las personalidades de uno y otro eran totalmente opuestas: mientras Coloccini era un tío introvertido hasta el aburrimiento, Fernando era bromista y ruidoso; si Coloccini escuchaba elegante y suave música clásica en su flamante iPod personalizado, Fernando le daba caña a Man-O-War y Blind Guardian.
Se entenderá, en vista de tan patentes diferencias, que me sorprendiera el otro día cuando entré al bar de la esquina a tomar un café antes del máster, y me encontré a Coloccini y Fernando echando unas cervezas.
- ¿Qué tal chicos? - saludé.
Fernando me devolvió el saludo agitando su botellín, mientras Coloccini miró para otro lado con muy poco disimulo.
Podría haber sido una casualidad, pero desde aquel primer encuentro, cada vez que he ido a tomar mi reglamentario café antes de clase, los he vuelto a encontrar bebiendo cervezas en la barra, como buenos amigos. ¡Coño, pero si es que en la oficina ni se hablan!
Aguanté lo mejor que pude la intriga, pero al final, ayer a última hora mi lado cotilla venció. Como con Coloccini ni me hablo me lancé a preguntar a Fernando, con quien tengo buena relación. Así que como decía al principio, pregunté:
- Fer, ¿qué te traes entre manos con Coloccini?
Fernando me miró y se empezó a reír estruendosamente.
- Perdona tío, me he metido donde no me llaman - dije algo avergonzado.
- No hombre, si es que la historia es muy buena y me parto sólo de pensarlo - miró alrededor y al ver que no quedaba mucha gente en la oficina, me invitó a sentarme - La cosa viene de hace semanas: resulta que Coloccini estaba todos los días pidiéndome ayuda, eso sí, siempre por correo para que la gente no le vea.
- ¿Ayuda? ¿Cómo ayuda?
- Pues ayuda, ayuda en general. Es que el tío no tiene ni puta idea de nada... prácticamente le estoy haciendo yo el trabajo a diario.
- ¡No jodas! ¡Vaya cara!
- Sí sí, así que hemos llegado a un pacto: por cada marrón que le resuelvo, él me paga una cerveza... ¡jojojo! me paso casi todas las tardes en el bar. Pero creo que voy a dejar de ayudarle, si sigo así acabaré alcoholizado...
- Pues sí Fer - le aconsejé yo -, que se apañe él solo.
Y Fernando me hizo caso, así que esta mañana cuando Coloccini le mandó el correo de turno pidiéndole ampliar un tablespace de la base de datos central, se encontró con que la suerte ya no le sonreía.
Bueno... tengo que cerrar ya el post de hoy. Coloccini me invita a comer en el Asador de Aranda; adivinad quién amplió el dichoso tablespace...

jueves, 12 de enero de 2012

Cosas que es mejor no saber

Anoche me volví a despertar en mitad de la noche, bañado en sudor y gritando:
- ¡Ah! ¡Quítamela! ¡Quítamela!
Si quieres seguir durmiendo a pierna suelta por las noches, hay cosas que es mejor no saber. Y si llegas a saber de ellas, hay que desterrarlas a un rincón remoto de la memoria y enterrarlas donde yace lo más tenebroso y oculto de tu vida, como el incendio que provocaste de pequeño y del que acusaron injustamente al vecino del quinto, o aquella navaja multiusos que robaste en el todo a 100.
Yo empecé a utilizar el recurso del enterramiento en mis tiempos de universitario, cuando el profesor de Sistemas de Control y Adquisición de Datos me contó que muchos de los enormes superpetroleros que surcan los océanos usaban un sistema de navegación basado en Windows. Cuando comprobé que no era una broma de mal gusto del profesor, decidí que estar al tanto de que millones de toneladas de petróleo surcaban los mares diariamente guiadas por un potencial pantallazo azul, era demasiado para mi. Así que cogí mi pala mental, cavé una fosa y enterré los superpetroleros con Windows junto al incendio de los años ochenta.
Hasta hoy, he tenido que reabrir la fosa muchas veces después de aquello, casi siempre por asuntos relacionados con restaurantes orientales o con frases épicas pronunciadas por el comercial de alguna consultora.
A pesar de lo útil de esta técnica hay una cosa, una terrible experiencia que por muy hondo que entierre, siempre se empeña en volver en mis pesadillas: la horrenda historia de la fibra óptica rota.
Todo sucedió hace años, cuando trabajaba subcontratado para una importante empresa de telecomunicaciones, desplegando una plataforma de monitorización y gestión de la seguridad. Me llamaron al móvil de guardia un viernes a mediodía, porque se había perdido conectividad con el sistema de correlación de alertas de la plataforma. Por suerte aquella máquina estaba en un centro de proceso de datos en el centro de Madrid, así que me planté allí en veinte minutos con mi portátil gigante al hombro, dispuesto a recuperar el servicio y ganarme mi flamante sueldo de 1.000€ mensuales con pagas prorrateadas.
Exceptuando el capítulo de personal, no se había escatimado en gastos para aquel proyecto: el reluciente rack me esperaba en mitad de la sala fría. Los indicadores LED de media docena de servidores Sun Fire Ultra 250R parpadeaban de forma aparentemente normal al otro lado del cristal, de modo que abrí la puerta trasera del armario para conectar mi portátil a la consola de la máquina problemática, que estaba situada en la parte inferior del mismo.
De inmediato, algo me llamó la atención: uno de los cables de fibra óptica estaba desconectado. ¿Cómo se iba a llegar a la máquina si no estaba conectada a la red? Me arrodillé para inspeccionar en detalle el problema y comprobé que el cable no sólo estaba desconectado, sino que el conector estaba destrozado, como si lo hubieran estado troceando con un cortauñas.
Además, del hueco por el que se entregaban los cables al rack, asomaba otro cable suelto, de color gris, que tampoco tenía conector en el extremo ¿De dónde venía ese cable? Lo tomé con cuidado entre los dedos y tiré un poco de él para examinarlo... En lugar de extraer algo más de cable del orificio, saqué una rata que mi miró a los ojos mientras masticaba un trozo de cable de fibra, diciendo:
- ¡Ñic ñic ñic!
No voy a negar que pegué un grito de nenaza, que por suerte quedó ahogado por el zumbido de los servidores y aires acondicionados. Lancé la rata por los aires en un acto reflejo: voló unos cuantos metros sin soltar su merienda de fibra óptica, se estampó contra otro rack y la perdí de vista cuando salió correteando por el pasillo.
No mencioné el tema de la rata y me limité a solicitar un nuevo cable al responsable del CPD. Mientras tendían la fibra por el suelo el tipo me miró y dijo:
- Otro cable roto, llevamos tres en una semana. ¡Parece que se los coman, joder!
No le hice mucho caso, para entonces estaba reabriendo la fosa común de recuerdos oscuros... a pesar de todo, la maldita rata se sigue escapando de vez en cuando.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Inocente, inocente


Ayer fue 28 de diciembre, el día de los Santos Inocentes. Ya se sabe: en todos los periódicos que se precien cuelan alguna bromita, y más de lo mismo en la radio y la televisión. En la calle no fallan la inefable monedita de dos eurillos pegada en la acera, o la mierda de coña en la puerta del bar.
 ¡Qué desafortunados somos los españolitos, que sólo una vez al año disfrutamos de alegres bromas! Menos mal que siendo informático, uno vive el día de los Santos Inocentes todas las semanas.
 Por ejemplo, en cualquier oficina encontraremos un montón de bromistas. Está el jefecillo que te exige que despliegues un nuevo servicio sin darte un duro de presupuesto, y además en dos horitas. También el avispado que baja al CPD y quema un rack completo al enchufar un switch de mierda.
 - No no no, yo no he tocado nada, se ha ido la luz justo cuando iba a enchufarlo, pero no lo he llegado a enchufar, te lo aseguro - ¡Ja! ¡Para partirse de risa!
 También hay inocentadas clásicas, pero no por ello menos graciosas, como la llamada broma del estaño. Esta inocentada la preparan a conciencia los señores Directores de numerosas empresas, y siempre termina con la frase:
 - Así que estaño con la crisis tampoco habrá subidas de sueldo... - qué gracioso el tío, y encima te lo dice mientras con la uña del dedo meñique se saca de los dientes un trozo de langosta.
 En cualquier caso, las inocentadas más elaboradas se pueden encontrar en cualquier portal de ofertas de empleo:

Descripción del puesto: Experto en Seguridad Informática
Requisitos mínimos: 
· Titulación: Doctor en Ingeniería de Computadores
· Certificación en CheckPoint, Fortinet, Paloalto
· Cisco CCIE
· ITIL Foundation
· PMI
· Inglés, Francés, Alemán, Italiano y Esperanto
· Vehículo propio
· 15 años de experiencia
Salario ofrecido:
· 16.000 € Bruto/ Año

¡Claro hombre!, y cuando firmas el contrato te pegan el muñequito en la espalda y sale una azafata con un ramo de flores... si es que en esas consultoras dedicadas al bodyshopping son todos unos cachondos... 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Intrusismo inverso

Según los datos de que dispongo, que no tienen por qué ser fiables porque los he estimado yo de cabeza, los dos sectores con mayor intrusismo profesional son respectivamente la Informática y la Política.
Mientras que está claro que los intrusos en política suelen ser todo tipo de ladrones y/o estafadores, personalmente creo que para el sector TIC el intrusismo no tiene por qué ser nocivo; al contrario: enriquece la profesión con puntos de vista alejados de la cuadrícula estándar propia del pensamiento técnico.
A veces me pregunto qué pasaría si el mundo funcionase al revés, si los informáticos no estuviesen confinados en sus oficinas y saliesen al mundo, y abordasen todo tipo de profesiones al terminar sus estudios.
Me imagino por ejemplo el ambulatorio de toda la vida plagado de informáticos que trabajan como enfermeros, practicantes o médicos de cabecera. Casi puedo ver al doctor pasando consulta con su impoluta bata blanca y su fonendoscopio colgando del cuello, mirándole al crío de turno la garganta para luego anunciar a su preocupada madre:
- Tranquila mujer, es que está fallando el antivirus, ¿desde cuándo no lo actualiza?
Lo jodido sería en quirófano, cuando el jefe de cirujía propusiese el uso del recurso más extendido ante sus ojipláticos compañeros:
- ¿Y si reiniciamos? - claro, si ha funcionado con todas las versiones de Windows desde los años 90s, para un corte mal dado en una fimosis también podría valer.
Como profesores de primaria o secundaria, es probable que los informáticos no rindiesen mucho mejor: seguro que no pasaría mucho tiempo antes de que el director del colegio descubriera que la corrección de los exámenes se estaba subcontratando a la India.
¿Y como arquitectos? En cierto sentido, la arquitectura guarda bastantes similitudes con el diseño de redes de comunicaciones, o incluso de grandes proyectos de software... Ya lo veo: algún antiguo compañero mío de la facultad, reunido con los desencajados directores de obra mientras sobre sus cascos un rascacielos se inclina peligrosamente por un fallo en la mezcla del hormigón de la planta quince:
- Tranquilos, tendremos guardado algún punto de control en la planta catorce, ¿no?
O peor todavía, afrontando la demolición de un edificio con un desfase mortal a cuestas, pensando justo después de apretar el dichoso botoncito rojo:
- ¡Ups! así que... ¿ese no era el edificio?
Quizá haya que rebajar algo las expectativas del hipotético intrusismo; a lo mejor en una cadena de comida rápida, una mente informatizada sería menos peligrosa:
- Caballero, permítame recomendarle el nuevo BigMoc, han sacado una actualización en el pepinillo, ahora repite mucho menos y el tiempo de digestión ha sido optimizado.
No, tampoco pega, seguro que la gente se acabaría pasando al pollo frito...
Creo que quizá donde mejor encajarían los intrusos informáticos sería en el otro sector más afectado por este asunto: la Política.
Sí sí, ya me veo en la alcaldía de algún pueblecillo del Corredor del Henares, con un puñado de periodistas rodeando mi flamante BMW:
- ¿Dónde está el dinero, señor alcalde?
- Hubo un corte de luz, se perdieron todos los datos y no hay ninguna copia de seguridad buena - respondería yo sin despeinarme -, estaba rota la cucutipa...

martes, 29 de noviembre de 2011

Doce monos encerrados en una jaula

Por primera vez en lo que va de blog, no voy a escribir sobre algo que considero cómico. Allá voy.
Quien más o quien menos ha oído hablar del famoso experimento de "aprendizaje social", protagonizado por una docena de monos, un jugoso manojo de plátanos y un chorro de agua fría.
Para aquellos que no estén al tanto, lo resumiremos brevemente: los científicos encierran a una cuadrilla de monos en una jaula; del techo cuelgan unos ricos plátanos de Canarias. Cuando el primero de los monos se acerca para coger uno de los plátanos, un chorro de agua fría los empapa a todos. Llegados a este punto, uno piensa "joder, vaya mala idea la de los científicos", pero todavía no hemos llegado a lo peor... Cuando otro desdichado mono intenta hacerse con los plátanos, un nuevo chorro de agua helada deja calado a todo bicho viviente. El caso es que cuando el tercer mono intenta echar el guante a la fruta, sus compañeros de jaula le pegan un palizón del quince, porque claro, a nadie le gusta que le den un manguerazo sin ton ni son. Entonces, los científicos sacan a uno de los monos, y meten un mono nuevo que al ver los plátanos, va muy contento a por ellos, llevándose una paliza de sus nuevos compañeros. Se siguen sacando monos de la jaula, que son reemplazados por monos nuevos, que se llevan una somanta de palos al ir a por la fruta. Al final, en la jaula no queda ninguno de los primeros monos que se llevaron el chorro de agua fría. Los pobres monos, ya no van a por los plátanos, pero no saben por qué.
Lo que no sabe la gente, es que la mente calenturienta que parió la idea de los monos y el manguerazo, quiso darle una nueva vuelta de tuerca, y organizó un experimento mucho más terrorífico, que no ha salido a la luz por su extrema crueldad, y porque se llevó a cabo con seres humanos, pero que ahora procedo a hacer público.
El brutal experimento consistió en coger un grupo de consultores, que fueron encerrados en un edificio de oficinas. Se les obligó a llevar un ridículo trapo atado al cuello. Cuando uno de los sujetos se intentaba deshacer del trapo, todos recibían un correo amenazante por parte de la Dirección. En poco tiempo, si un consultor se intentaba quitar el trapo, sus propios compañeros lo impedían enérgicamente.
Luego, despedían a un consultor e incorporaban a otro que cobraba menos. Al llegar a la oficina le ponían el trapo, y si se lo intentaba quitar sus nuevos compañeros lo impedían, igual que hicieran los monos para evitar el manguerazo. Así, los malévolos científicos fueron quitando a todos los consultores originales, y pudieron comprobar que aunque nunca habían recibido un correo amenazante de la Dirección, todos seguían con el ridículo trapo atado al cuello.
Los científicos quisieron ir más allá, e intentaron averiguar durante cuánto tiempo se podría perpetuar este "aprendizaje social".
Ellos todavía siguen con el cronómetro en marcha, y nosotros seguimos llevando corbata.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hijo, no me funciona internet

Comentaba recientemente que una de las peores frases a las que un informático se enfrentará a lo largo de su carrera es el famoso y temible ¡hola! ¿tienes un momentito?. Detrás de esa pregunta inocente, suele haber intenciones insidiosas y crueles; de hecho, en el diccionario oficial "Gorrón - Informático, Informático - Gorrón", la expresión se traduce por: ¡Hola! Vengo a endosarte un marrón, uno de los gordos.
En todo caso, la experiencia hace que después de algunos años, se nos desarrolle un sexto sentido que permite detectar las intenciones del interlocutor casi antes de que se levante de su silla, en la otra punta de la oficina. Así, una vez identificado el peligro, se puede hacer uso de algunas de las mejores defensas de las que dispone el gremio, como el infalible y sutilmente chantajista lo siento tío, si no arreglo esto nos quedamos todos sin Internet.
Pero, ¿qué sucede cuando el enemigo está en casa? ¿qué sucede cuando el golpe viene del lugar más inesperado? Entonces es cuando te enfrentas a la peor frase, a la más letal... Todo comienza con el teléfono de casa, que suena justo cuando te dispones a cenar mientras ves Informático Busca Esposa. Descuelgas el auricular y escuchas al otro lado:
- Hijo, no me funciona Internet...
¿Pensabas que tu madre, después de la jubilación, se dedicaría a hacer punto y ver la telenovela? Te equivocabas, amigo mío... tu madre se dedica a chatear, a reenviar PPTs, y a bajarse música de los años sesenta.
- ¿Qué pasa mamá? - preguntas mientras miras con melancolía el solitario sandwich que te espera sobre la mesa.
- Pues nada, que quiero mandarle unas fotos a mis amigas y esto no funciona.
- ¿Dónde están las fotos, en un pendrive?
- No, no, no, yo no tengo de esas cosas raras. Eso lo tendrás tú, que te gastas todo el dinero en cacharritos y no ahorras nada.
- Pues entonces ¿dónde tienes las fotos, mamá? - piensas que quizá está intentando conectar directamente la cámara con el cable USB y el PC no reconoce el dispositivo, o puede que haya extraído la tarjeta de memoria...
- Me las echó tu hermana al pincho el otro día.
En el segundo diccionario más utilizado del gremio, "Progenitor - Informático, Informático - Progenitor", echar significa copiar de un medio fijo a uno extraíble, y pincho se traduce por pendrive.
- ¡Ah!, vale. Y el ordenador reconoce el pincho, ¿no?
- Yo qué sé hijo, me imagino que ya se conocerán de otras veces...
Das por perdida la cena y la anestésica programación de la TV. Además, la solución de emergencia sinoloarreglonohayinternet no surtirá efecto con tu señora madre, no sólo porque le de igual si te funciona o no Internet, sino porque te conoce mejor que nadie y sabe cuándo estás mintiendo, hasta por teléfono. Y no le gusta que mientas.
De pronto, la idea feliz acude en tu ayuda iluminando tu rostro taciturno, y propones:
- Oye, mamá, ¿y si me invitas a cenar y yo te arreglo el ordenador?
- Claro hijo, te hago un caldito y una tortillita francesa, ¿quieres? ¡Pero ven abrigado que hace mucho frío!
Miras el sandwich de jamón y tranchetes por última vez; coño, ¡cómo no vas a querer!
- ¡Ah! - suspiras en el coche de camino a casa de mamá -, si la gente de la oficina supiera al menos preparar caldo y tortilla...