Corría el año 1999 y todo el mundo de la
informática estaba un poco acojonado con el llamado “efecto 2000”, aunque como becario exento de notables responsabilidades, yo vivía en la
oficina más bien ajeno al asunto en cuestión, y mucho más
preocupado en cambio por los exámenes de mi primer curso en la
universidad, que se me echarían encima como el famoso efecto, una
vez comenzado el nuevo año.
El teléfono sonó a eso de las diez de la mañana;
era Asenjo, un ingeniero de unos treinta años, que era mi jefe en
aquella época, y que quizá por empatía conmigo por sus no muy
lejanos tiempos de becario, me trataba bastante bien.
- ¡Qué tal tío! - escuché al otro lado del
teléfono. Olía a marrón... - Te cuento: me ha llamado Carlos, que
le pasa algo con el monitor del PC. Estamos muy liados revisando
código, por lo del efecto 2000, así que si no te importa pásate a
echarle un ojo al cacharro...
- No hay problema – respondí. Al poco estaba
subido en el ascensor rumbo a la sexta planta. Qué fácil resultaba
torpedear los sueños de los jóvenes estudiantes como yo; cuando
llegué a la empresa, imaginaba modernos laboratorios, potentes
computadores, técnicas innovadoras... y en lugar de eso, había
efectos 2000 y directores que llamaban al becario porque sus
monitores no funcionaban "del todo bien".
En la sexta planta estaban los jefes de proyecto.
En particular, Carlos era responsable de comunicaciones, y yo siempre
había pensado que detrás de esa cara de gilipollas y esa nómina
estratosférica, debía haber un auténtico gurú de la técnica, un
mercenario de TCP/IP, un mago del silicio... Aunque estaba muy
equivocado, antes de llamar a la puerta del despacho, me alisé un
poco la camisa, intimidado por mi repentino soporte a un alto
preboste de la empresa. Luego toqué un par de veces con los
nudillos.
- Pasa, pasa – me instó Carlos desde la otra
punta del despacho. El tipo estaba tumbado boca arriba en la
esponjosa moqueta, con las manos apoyadas sobre el vientre. Me
acerqué con cuidado y le observé con cara de tonto, ciento
noventa centímetros más arriba. Miraba a través de sus gafotas al
techo, y parecía un poco acalorado.
- ¿Estás bien, Carlos? - pregunté.
- Sí sí, estoy pensando – y yo que me había
alisado la camisa antes de entrar... - A veces me tumbo en el suelo
para relajarme y pensar.
Claro, el tipo tenía una moqueta impoluta y
esponjosa como el césped del Bernabéu. Si yo me tumbase en el suelo,
unas plantas más abajo, seguro que me hubiera mordido algún
bicho...
- Me comentaba Asenjo que no te funciona el
monitor... ¿le echo un ojo?
- Todo tuyo – respondió desde el suelo.
El monitor en cuestión era una pantalla CRT de
unos mil años de antigüedad, que a aquellas alturas tenía las
horas contadas y que seguro que sería reemplazada por una flamante
LCD plana en breve. Revisé el cable VGA: la conexión al PC estaba
bien, lo mismo en el extremo del monitor. El cable de corriente
también tenía buena pinta, así que pulsé el botón de encendido
del PC, que con un pitido estridente se puso en marcha. Miré con
atención el monitor; todo parecía correcto. El logotipo del famoso sistema operativo apareció en pantalla para dar paso al escritorio.
- Mmm... perdona Carlos, parece que esto no va mal...
- ¡Espera, espera! - me interrumpió desde el
suelo - se apaga al rato...
Torpemente se incorporó y se situó a mi lado. La
situación resultaba cuando menos, incómoda. Allí estábamos los
dos, mirando el monitor CRT que no parecía estar por la labor de
fallar.
- Espera, espera – insistía Carlos cada pocos
segundos, hablando casi para sí mismo. Finalmente, tras varios
minutos de suspense, el monitor se apagó.
Carlos me dirigió una mirada triunfal, señalando
con el dedo la pantalla en negro.
- Yo creo que debe ser algún cable que no hace
contacto – aventuró.
- Ajá – respondí yo - ¿Y por qué lo crees,
Carlos?
- Pues porque si le doy algún golpecillo, se
vuelve a encender.
Dicho esto, el respetable responsable de
comunicaciones se abalanzó como un loco contra el desdichado
dispositivo. Para el lector sería lógico pensar que un monitor no
puede ser desdichado, pero cambiaría de opinión si hubiera asistido
a la serie de golpes y sacudidas que recibió en cuestión de
segundos, hasta que finalmente, se encendió.
Carlos señaló el monitor una vez más, esta vez
para remarcar aquella pantalla encendida que corroboraba su teoría,
algo congestionado tras el esfuerzo que le había supuesto apalizar
al cacharro.
- Ya veo – respondí con toda la seriedad que la
situación me permitía. - ¿Te importa si esperamos otro rato a que
se apague de nuevo? Es solo para hacer una última pruebecilla; si
quieres túmbate un rato en la moqueta, por mi no te importe.
La última frase la dije en broma, pero Carlos se
la tomó en serio, de modo que la situación incómoda se repetía
una vez más, pero con mayor bizarría. Cinco minutos después, el
monitor volvió a apagarse.
- Esto... Carlos, ya se ha vuelto a apagar -
Carlos se incorporó una vez más y me observó acercarme al equipo.
Pulsé la barra espaciadora, y el monitor se encendió mágicamente.
- ¡¿Qué?! - exclamó totalmente desubicado. Si
hubiera abierto la taza del inodoro encontrando un cocodrilo, su rostro
hubiera sido muy similar. Aquella pulsación de teclado había tirado
por tierra su teoría del cable-que-no-hace-contacto.
Me senté frente al equipo – escritorio, botón
derecho, propiedades, protector de pantalla, desactivar – para
resolver el problema conteniendo la risa. Parecía que Carlos,
flamante responsable de departamento, había sido víctima del efecto
2000, y en algún momento había pasado por alto que el protector de
pantalla de su PC apagaría el monitor tras cinco minutos de
inactividad, o lo que es lo mismo, tras un ratito echado en la
moqueta. Lógicamente, también pasó por alto que la mejor forma de
mover el ratón para reactivar la pantalla, no era desplazando a
golpes todo el escritorio.
Recuerdo que la empresa quebró un tiempo después
de terminar yo mi beca allí, y a veces me pregunto si Carlos tendrá
moqueta donde quiera que esté hoy; espero sinceramente que no sea
así.
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