lunes, 7 de noviembre de 2011

Efecto 2000


Corría el año 1999 y todo el mundo de la informática estaba un poco acojonado con el llamado “efecto 2000”, aunque como becario exento de notables responsabilidades, yo vivía en la oficina más bien ajeno al asunto en cuestión, y mucho más preocupado en cambio por los exámenes de mi primer curso en la universidad, que se me echarían encima como el famoso efecto, una vez comenzado el nuevo año.
El teléfono sonó a eso de las diez de la mañana; era Asenjo, un ingeniero de unos treinta años, que era mi jefe en aquella época, y que quizá por empatía conmigo por sus no muy lejanos tiempos de becario, me trataba bastante bien.
- ¡Qué tal tío! - escuché al otro lado del teléfono. Olía a marrón... - Te cuento: me ha llamado Carlos, que le pasa algo con el monitor del PC. Estamos muy liados revisando código, por lo del efecto 2000, así que si no te importa pásate a echarle un ojo al cacharro...
- No hay problema – respondí. Al poco estaba subido en el ascensor rumbo a la sexta planta. Qué fácil resultaba torpedear los sueños de los jóvenes estudiantes como yo; cuando llegué a la empresa, imaginaba modernos laboratorios, potentes computadores, técnicas innovadoras... y en lugar de eso, había efectos 2000 y directores que llamaban al becario porque sus monitores no funcionaban "del todo bien".
En la sexta planta estaban los jefes de proyecto. En particular, Carlos era responsable de comunicaciones, y yo siempre había pensado que detrás de esa cara de gilipollas y esa nómina estratosférica, debía haber un auténtico gurú de la técnica, un mercenario de TCP/IP, un mago del silicio... Aunque estaba muy equivocado, antes de llamar a la puerta del despacho, me alisé un poco la camisa, intimidado por mi repentino soporte a un alto preboste de la empresa. Luego toqué un par de veces con los nudillos.
- Pasa, pasa – me instó Carlos desde la otra punta del despacho. El tipo estaba tumbado boca arriba en la esponjosa moqueta, con las manos apoyadas sobre el vientre. Me acerqué con cuidado y le observé con cara de tonto, ciento noventa centímetros más arriba. Miraba a través de sus gafotas al techo, y parecía un poco acalorado.
- ¿Estás bien, Carlos? - pregunté.
- Sí sí, estoy pensando – y yo que me había alisado la camisa antes de entrar... - A veces me tumbo en el suelo para relajarme y pensar.
Claro, el tipo tenía una moqueta impoluta y esponjosa como el césped del Bernabéu. Si yo me tumbase en el suelo, unas plantas más abajo, seguro que me hubiera mordido algún bicho...
- Me comentaba Asenjo que no te funciona el monitor... ¿le echo un ojo?
- Todo tuyo – respondió desde el suelo.
El monitor en cuestión era una pantalla CRT de unos mil años de antigüedad, que a aquellas alturas tenía las horas contadas y que seguro que sería reemplazada por una flamante LCD plana en breve. Revisé el cable VGA: la conexión al PC estaba bien, lo mismo en el extremo del monitor. El cable de corriente también tenía buena pinta, así que pulsé el botón de encendido del PC, que con un pitido estridente se puso en marcha. Miré con atención el monitor; todo parecía correcto. El logotipo del famoso sistema operativo apareció en pantalla para dar paso al escritorio.
- Mmm... perdona Carlos, parece que esto no va mal...
- ¡Espera, espera! - me interrumpió desde el suelo - se apaga al rato...
Torpemente se incorporó y se situó a mi lado. La situación resultaba cuando menos, incómoda. Allí estábamos los dos, mirando el monitor CRT que no parecía estar por la labor de fallar.
- Espera, espera – insistía Carlos cada pocos segundos, hablando casi para sí mismo. Finalmente, tras varios minutos de suspense, el monitor se apagó.
Carlos me dirigió una mirada triunfal, señalando con el dedo la pantalla en negro.
- Yo creo que debe ser algún cable que no hace contacto – aventuró.
- Ajá – respondí yo - ¿Y por qué lo crees, Carlos?
- Pues porque si le doy algún golpecillo, se vuelve a encender.
Dicho esto, el respetable responsable de comunicaciones se abalanzó como un loco contra el desdichado dispositivo. Para el lector sería lógico pensar que un monitor no puede ser desdichado, pero cambiaría de opinión si hubiera asistido a la serie de golpes y sacudidas que recibió en cuestión de segundos, hasta que finalmente, se encendió.
Carlos señaló el monitor una vez más, esta vez para remarcar aquella pantalla encendida que corroboraba su teoría, algo congestionado tras el esfuerzo que le había supuesto apalizar al cacharro.
- Ya veo – respondí con toda la seriedad que la situación me permitía. - ¿Te importa si esperamos otro rato a que se apague de nuevo? Es solo para hacer una última pruebecilla; si quieres túmbate un rato en la moqueta, por mi no te importe.
La última frase la dije en broma, pero Carlos se la tomó en serio, de modo que la situación incómoda se repetía una vez más, pero con mayor bizarría. Cinco minutos después, el monitor volvió a apagarse.
- Esto... Carlos, ya se ha vuelto a apagar - Carlos se incorporó una vez más y me observó acercarme al equipo. Pulsé la barra espaciadora, y el monitor se encendió mágicamente.
- ¡¿Qué?! - exclamó totalmente desubicado. Si hubiera abierto la taza del inodoro encontrando un cocodrilo, su rostro hubiera sido muy similar. Aquella pulsación de teclado había tirado por tierra su teoría del cable-que-no-hace-contacto.
Me senté frente al equipo – escritorio, botón derecho, propiedades, protector de pantalla, desactivar – para resolver el problema conteniendo la risa. Parecía que Carlos, flamante responsable de departamento, había sido víctima del efecto 2000, y en algún momento había pasado por alto que el protector de pantalla de su PC apagaría el monitor tras cinco minutos de inactividad, o lo que es lo mismo, tras un ratito echado en la moqueta. Lógicamente, también pasó por alto que la mejor forma de mover el ratón para reactivar la pantalla, no era desplazando a golpes todo el escritorio.
Recuerdo que la empresa quebró un tiempo después de terminar yo mi beca allí, y a veces me pregunto si Carlos tendrá moqueta donde quiera que esté hoy; espero sinceramente que no sea así.

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